Aunque se halló uno de los cuerpos, aún faltan dos por encontrar; la investigación en Pereira sigue en curso.
El único pecado de Wilmar Ferney Mosquera Marín fue salir de su casa la madrugada del 24 de abril para cumplir con un servicio de transporte. No era un hombre problemático, no debía nada, no tenía cuentas pendientes con nadie. Su asesinato fue, como dicen en su barrio, “un crimen injusto, un castigo inmerecido”.
El viaje sin regreso
Cerca de la 1:00 de la madrugada, Wilmar recibió la llamada de dos jóvenes conocidos en El Plumón: Sebastián Valencia Vélez (28 años) y Joan Camilo Osorio (17 años). Le pidieron que los llevara a Cerritos, una carrera larga y bien paga. Él aceptó sin imaginar que sería el último trayecto de su vida.
Antes de arrancar, los muchachos le pidieron hacer una parada en el barrio El Rosal, desde ese momento, se perdió todo rastro de ellos, cuatro meses después, la Policía encontró el cuerpo de Wilmar en una zona donde aún reinan el miedo y el silencio.
Según versiones extraoficiales, la ubicación fue posible gracias a una llamada que habría salido desde una cárcel. “A esa gente la apretaron para que dijeran dónde estaba el cuerpo”, relató un informante que pidió reserva de su nombre.
Dos desaparecidos que siguen sin aparecer
La revelación del paradero de Wilmar destapó un misterio aún mayor: esa misma madrugada también desaparecieron Sebastián y Joan Camilo, los jóvenes que lo habían contratado. De ellos no se sabe nada.
En voz baja, algunos vecinos aseguran que fueron descuartizados y que sus restos habrían sido esparcidos en distintos puntos de la ciudad para evitar que los encontraran.
Un barrio en silencio
En El Plumón, nadie quiere hablar. El miedo se palpa en cada esquina.
“Los otros pelados eran maluquitos, ya estaban metidos en vueltas feas”, dijo un residente del sector que conocía a las tres víctimas.
El tema se volvió tabú: la gente baja la voz, cruza de acera o finge no escuchar. La violencia volvió a imponer su ley del silencio.
Una víctima inocente
Lo único claro es que Wilmar Ferney no tenía por qué morir de esa manera. Cayó en la trampa de un ajuste de cuentas que no le pertenecía. Hombre trabajador, creyente y dedicado a su familia, terminó pagando con su vida por estar en el lugar equivocado.
Hoy, mientras sus seres queridos lo lloran en silencio, Pereira sigue estremecida. En los pasillos de El Plumón aún se escucha la misma frase:
“A Ferney lo mataron porque estuvo en el lugar equivocado”.







